Terminaba de subir la escalera de caracol, los peldaños estrechos y húmedos eras resbaladizos, yo respiraba con fatiga: mis años pesan y mis rodillas no son flexibles como antaño...

Allá estaba, allá de nuevo mi horizonte perfecto me deleitaba los cansados ojos.
Tanto silencio sepulcral me corroia las entrañas.
El viento helado me cortaba la piel y mi boca se rompía azogada por el salitre.

Recordaba otros tiempos mirando la luna, recordaba otro cuerpo robusto que fué mio, recordaba mis manos carnosas tibias mesando mis cabellos ondulados y apartándolos de mi anguloso rostro poblado de pecas. Mis cabellos rojizos que recogia con una cinta en los dias ventosos como este odierno.

Hoy, hoy gris y negro.
Hoy, nocturno de soledad y paz.
Esta noche siento desde lo alto de mi faro como vuelan lejos todas las vanidades, todas las aventuras embarcadas en el ballenero , los fiordos y los glaciares que han surcado mi mirada azul indigo.
Esta noche contemplo mi imagen sobre las nubes, sobre la luna, sobre un mar que me es ajeno y que nunca volveré a surcar.

Un suspiro me surge del alma para dejar el lastre, un suspiro me abandona delicado y complaciente:
Soy anciano, sí. Un anciano.

Este es el hogar que elegí para terminar mis días, mi morada silente y espartana.
No recibo visitas, no recibo nada.
Todo lo dí, todo lo fuí... juventud alocada y ruidosa que se ceñia a torsos níveos y complacientes de cabelleras soleadas.

Mi voz tronaba desde el mando y los gigantescos cetáceos mis compañeros.
Ah... juventud. Siempre luchando contra titanes indomables.
Juventud insolente y prepotente que rompias con tu quilla el hielo de los Articos. Piernas robustas que escalaban los iceberg.

Te has ido para no volver. Me dejas como una amante aburrida que ansia nuevos brazos que la rodeen, que la estrechen y la abatan contra un lecho de lujuria húmeda. Me dejas con tu mirada indiferente ante mis caricias, me dejas sin ánimo de conquistarte.

Aqui estoy, mis propios ojos son los que me acarician, mis manos las que osan profanar mi piel, y mi pobre espalda la que yace en el lecho gélido por las noches.

Aqui espero mi última cita con la dama de negro, la misteriosa mujer que se oculta tras un velo de noche impenetrable.
Tu abrazo será el último y te amaré con todo mi ser: entregándome como no lo hice con ninguna:
hasta la muerte.

2 Comments:

Blogger Juan Planas Bennásar said...

Hay que entregarse siempre hasta la muerte ( es un decir, porque es lo contrario, hay que entregarse con todas las fuerzas posible... y que cuando llegue la hermosa dama te encuentre rendida, satisfecha, exhausta y radiante. Igual huye:-))

Saludos!

Fx

6:51 p. m., enero 30, 2006  
Blogger azuldeblasto said...

Era solo literatura... no ha llegado mi hora. Ni en sentido figurado ni en el literal.

Y la "petite morte" la dejo para vosotros, yo paso olímpicamente.

Px.

6:56 p. m., enero 30, 2006  

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