Reencuentro

Navidades; ¡qué recuerdos!.
Estaba paseándome por el aeropuerto esperando y matando el tiempo. Sonaba mi teléfono portatil y mientras caminaba sin rumbo entre las revistas y libros para viajeros me detuve para conversar.
Miraba el suelo distraidamente, veia unos zapatos , un pantalón, un hombre de espaldas, una silueta que me era muy familiar... me quedé helada. No podia ser...
Sí. No habia duda, me desplacé hacia un lado y vi su perfil y sus ojos leyendo uno de los libros de autoayuda. Se me clavó una estaca en el estómago con brutalidad. Que agobio. Era él. Yo seguia hablando en voz bien alta como siempre, me aparté de su persona como si de la muerte se tratase.

Retrocedí y me deslicé sigilosamente mientras seguia hablando con la pesada aquella.

Ante mi estaba el condenado vampiro, el manipulador emocional que destrozó lo que quedaba de mi y el destino nos reunia en un lugar tan insulso como ese.

El en una isla. Yo en la otra.
Barcelona punto de encuentro.

Tenia ganas de vomitar tal era mi sensacion de asco.

Puse pies en polvorosa y me largué bien lejos. Le vi pasar una y otra vez por el largo pasillo buscando con la mirada... yo me escondia en una cabina telefónica para cotorrear desenfrenadamente con un amigo mientras me desfogaba por el susto mortal que acababa de impactarme.

¿Era posible que no se hubiera enterado de que era yo la que llevaba varios minutos hablando tras él?, seguro que me oia pero su oido selectivo debia filtrar mis ondas sonoras, y yo alucinando por la crueldad del destino. Parada detras de él sin darme cuenta tanto tiempo y tras el punzón ácido la retirada para evitar la tormenta de hielo.

Cúanto le llegué a maldecir, cuánto le deseaba y de repente descubrir que ese apolíneo chulo me asqueaba con su presencia.

Cuanto valor otorgamos a las personas de manera gratuita, por culpa de las hormonas...

Una relación pasional y atormentada, sexo salvaje y deseo posesivo, celos enfermizos y envidias. Eso me dejaste.

¡Qué me quiten lo bailáo!.